viernes, 25 de enero de 2013

El maíz

Geoff Stahl (2007): Diosa del maíz, Anthropological Museum, Mexico
Por otro lado, el interés que los españoles y Cortés en particular mostraban por el oro no le parecía correcto. Si en verdad fueses dioses, se preocuparían por la tierra, por la siembra, por asegurar el alimento de los hombres, y no era así. En ningún mmento los había visto interesados en las milpas, solo en comer. Si Quetzalcóatl había robado la semilla de maíz del Monte de Nuestro Sustento para dársela a los hombres, ¿no les interesaba saber cómo trataban los hombres su gran obsequio? ¿No les daba curiosidad saber si al comerlo recordaban su origen divino? ¿Si lo cuidaban y veneraban como algo sagrado? ¿No les preocupaba si los hombres dejaban de sembrar maíz? ¿Qué? ¿Acaso no sabían que si los hombres dejaban algún día de sembrar maíz, el maíz moriría? ¿Que la mazorca necesita de la intervención de los hombres para que la despojen de las hojas que la cubren y de esta manera la semilla quede en libertad de reproducirse? ¿Que no hay forma de que el maíz viva sin los hombres ni los hombres sin maíz? El que el maíz necesitara de los hombres para reproducirse era la prueba de que el maíz era un regalo de los dioses a los seres humanos, pues sin haber estado ellos presentes en el mundo, no hubieran tenido los dioses a quien regalar el maíz, y los hombres, por su lado, sin el maíz no podrían sostener su vida en la tierra. ¿Que no saben que nosotros somos la tierra, de la tierra nacimos, la tierra nos come y que cuando ya sea el término de la tierra, cuando ya sea el fin de la tierra, cuando se haya fatigado la tierra, cuando el maíz ya no nazca, cuando la madre tierra ya no abra su corazón, será también nuestro fin? ¿Cómo era posible que la palabra que Cortés se interesó en aprender en náhuatl fuera precisamente la del oro en vez de la del maíz?
El oro, el teocuitlatl, era considerado como el excremento de los dioses, un desecho, solo eso, así que no entendía el afán de atesorarlo. Ella pensaba que el día en que la semilla de maíz no fuese respetada, valorada como algo sagrado los seres humanos estarían en grave peligro, y si ella -que, era una simple mortal- sabía eso, ¿cómo era posible que los enviados de Quetzalcóatl, que venían en su nombre -aunque se tratara de un nombre distinto-, que se comunicaban con él no lo supieran? ¿No sería que estos invitados venían más como enviados de Tezcatlipoca que de Quetzalcóatl?

Laura Esquivel (2005). Malinche. Santillana Ediciones Generales, Punto de Lectura: Madrid. Páginas76-78.

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