lunes, 11 de julio de 2011

Santoral

Tomás Yepes (1642): Frutero de Delft y dos floreros. Museo del Prado

Hasta hace poco existía el santoral de frutas y verduras. El calendario del año, más allá de la meteorología, lo marcaban las cosechas y estas iban unidas a una virgen, a un santo, a cualquier festividad religiosa. De niño, cuando en el mes de mayo llevaba flores a María, sabía que al volver a casa habría fresas y cerezas en la mesa. El mes de junio estaba dedicado al Corazón de Jesús; en las estampas veía aquella víscera sagrada de color dorado llameando y esa imagen me llevaba a pensar en los nísperos y albaricoques, que tenían una forma parecida. Las brevas llegaban inexorablemente por San Juan, las ciruelas amarillas y los melocotones rosados por San Pedro, los melones y sandías por Santiago Apóstol, los higos napolitanos por san Roque Peregrino a mitad de agosto, la uva moscatel con las vírgenes de septiembre, las peras limoneras en octubre con La Milagrosa y las naranjas mandarinas por Todos los Santos. La Candelaria traía las primeras habas y alcachofas, los espárragos silvestres germinaban en los barrancos anunciando la resurrección de Cristo el domingo de Pascua, los tomates y pimientos eran inseparables de la canícula, como los nabos se daban en Adviento y las castañas abrían la Navidad. El tiempo podía traer lluvias salvajes y duras sequías, nieves y sirocos infernales, pero todo iba bien para el espíritu si el calendario obedecía imperturbable al santoral de frutas y verduras que marcaba los meses y los días. Hoy se asiste a la locura de las semillas trasgénicas, un fenómeno que también comparten la política, la economía, la religión, el arte, incluso el cuerpo humano. La aldea global no solo atañe a los mercados financieros; también se manifiesta en los puestos de frutas y verduras, donde puedes comprar toda clase de productos en cualquier día del año sin saber quien los ha manipulado. Me pregunto si hay que tener previamente un alma transgénica, cultivada bajo plásticos en un invernadero, para tragar con todo lo que te echan, lo mismo en frutas que en ideas, fuera de tiempo. Si ya no hay un valor seguro al que agarrarse ni un maestro al que seguir, tampoco es tan raro que campe por los mercados la bacteria E.coli con tantas frutas y hortalizas sin un santo al que acogerse, sin una virgen que las pruebe primero.

Manuel Vicent (10/07/2011): Santoral, El País. Texto extraído de EL PAÍS.


Vincenzo Campi (1580). La vendedora de verduras. Academia de Bellas Artes de Brera. Milán

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