Jesús Cerezo (2012): Tarta de cuatro quesos y nueves. FLICKR Receta de Susana Pérez en Webosfritos. |
El moscardón
Da
de comer al canario con auténtica dedicación. Pshiu, pshiu, pío, pío, tshi, tshi. De joven, que se recuerde, no
era precisamente una entusiasta de los animales. Pero nadie debe sorprenderse:
el tiempo pasa. Y con los años las personas cambian, adquieren nuevos gustos o
descuidan antiguas aficiones. Un día recibe a sus invitados con una apetitosa
tarta de queso. Son las cuatro de la tarde, ninguno de los sobrinos tiene
hambre, pero, atentos, alaban la presentación, recuerdan su buena mano para
masas y pudings, y, aunque protestan –las raciones que están sirviendo son mastodónticas-,
se disponen a agradecerle el detalle. “Es de queso”, dice la anciana sonriendo.
Los sobrinos, durante unos segundos, se han quedado con el tenedor en la mano
sin saber adónde mirar ni qué decir. La tarta no es dulce; tampoco salada. La tarta
no sabe absolutamente a nada. “Se ha olvidado del queso”, murmuran consternados
en cuanto se cercioran de que la tía no puede oírles. “¿Entonces?” Aire. La tarta
está hecha de aire cuajado. Es un homenaje al vacío. A la nada. Da lo mismo
comerla que dejarla. No es buena ni mala. En realidad no es. “¿Cómo la has hecho, tía?” La pregunta es sincera. Como pastel
resulta desconcertante; como creación un milagro. “Con queso, ya lo he dicho.” Y
parece que le gusta, que no nota nada raro, porque, por una vez –“y sin que
siente precedente”, dice orgullosa-, repite.
La
merienda de la nada, a las cuatro de la tarde, no será durante un tiempo más
que una anécdota, la ilustración de cómo con la edad se pierden ciertas
facultades (y se adquieren otras), el recuerdo risueño de unos instantes de
estupor compartido. Pero bien puede ocurrir que un día cualquiera, semanas
después o quizá meses, la visita de los sobrinos no concluya de forma tan
festiva. Y una vez hayan tomado el ascensor, alcanzada la calle y respirado oxígeno,
resuelvan que la tía “no carbura”, que “no rige”, que “a la pobre se le ha ido
la olla”. Y todo porque, en medio de iras e improperios ante los debates a los
que es adicta, un moscardón se ha colado por la ventana abierta, ha recorrido
zumbando la sala para detenerse en el televisor, para rodearlo, para, de nuevo,
instalarse en la pantalla. Y entonces la
tía, olvidada de sus tomas de partido, lo ha mirado con cariño, con
familiaridad, como si lo conociera de toda la vida e hiciera tiempo que no la
visitara.
-¡El
Anticristo!
Cristina FERNÁNDEZ CUBAS (2006): Todos los cuentos: Parientes pobres del diablo: “El moscardón”. Tusquets Editores. Colección
Andanzas; 672. Página 450.
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