jueves, 8 de noviembre de 2012

Las mozas, que no estaban hechas a oír semejantes retóricas76, no respondían palabra; solo le preguntaron si quería comer alguna cosa.
—Cualquiera yantaría yo77 —respondió don Quijote—, porque, a lo que entiendo, me haría mucho al caso78.
A dicha79, acertó a ser viernes aquel día80, y no había en toda la venta sino unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucíabacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela81. Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado que dalle a comer.
—Como haya muchas truchuelas —respondió don Quijote—, podrán servir de una trucha, porque eso se me daXXIII82 que me den ocho reales en sencillos que en una pieza de a ocho83. Cuanto más, que podría ser que fuesen estas truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón84. Pero, sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas85.
Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el huésped86 una porción del mal remojado y peor cocido bacallao y un pan tan negro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verle comer, porque, como tenía puesta la celada y alzada la viseraXXIV87, no podía poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía, y, ansí, una de aquellas señoras servía deste menester. Mas al darle de beber, no fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y, puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino88; y todo esto lo recebía en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada. Estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos, y así como llegó, sonó su silbato de cañas89 cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo y que le servían con músicaXXV y que el abadejo eran truchas, el pan candealXXVI90 y las rameras damas y el ventero castellano del castillo, y con esto daba por bien empleada su determinación y salida. Mas lo que más le fatigaba91 era el no verse armado caballero, por parecerle que no se podría poner legítimamente en aventura alguna sin recebir la orden de caballería.

Capítulo II 1ª Parte: Centro Virtual Cervantes.
Lectura comentada por Mari Carmen Marín Pina.

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