Eugène Delacroix (1834): Mujeres argelinas en sus habitaciones. Musee du Louvre, París. |
Las apasionadas palabras de Umm al Kiram habían llamado la atención de sus primas, que se divertían en el jardín del harén, aproximándose curiosas y atrayendo justamente a sus amas, y a otras esclavas que portaban las sombrillas y los pañuelos, y los cestos de frutas y también a las aguadoras, y de tal suerte que vieron el grupo las otras esclavas que podaban los setos y limpiaban los arbustos de artemisas y las bordadoras que aprovechando ese día no soplaba el viento típico de Almería, habíanse sacado la labor a los jardines, y también todas ellas se iban acercando, igual que las esclavas madres, dos de las cuales ya lucían abultado embarazo, y las cantoras que descansaban de una larga noche de convites a la sombra de las palmeras, con todo lo cual formóse un grupo de más de cuarente mujeres arracimadas sobre la hierba alrededor de Umm, y los guardias eunucos no dijeron nada y las dejaron estar, porque con todas juntas ellos no podían y preferían hacer la guardia en otro sitio. Las dos primas de Umm, osadas y charlatanas, con tantas ganas de diversión que no parecían princesas a decir de Al-Nadá, alborotaron cuanto quisieron y pedían a su afligida prima que contase detalles de sus amores. Que quién es, que cómo se llama, que cuáles son sus gracias, preguntaban, y se reían escandalosamente haciendo reír a las otras mujeres y provocaban las riñas de Al-Nadá y de alguna otra vieja juiciosa, que cuándo vas a verlo y cuántas notas te ha escrito, y qué palabras de amor te dedica, y que si ya te hizo regalos, y que si ya te desgranó la fruta, y de ahí pasaban a preguntas obscenas y a descripciones atrevidas de besos y caricias y posturas amorosas y otras cosas tan impúdicas que casi están a punto de provocar que Al-Nadá llamase a los guardias para disolver la reunión, entre gritos y comentarios y risas y gestos de las otras, pero Umm al-Kiram alzó una mano en señal de que iba a hablar para cumplir con la curiosidad de las jóvenes y para sosegar los ánimos exaltados de las ancianas, por lo que todas se calmaron y atendieron a la muchacha.
Ángeles de IRISARRI y Magdalena LASALA (1998): Moras y cristianas. Emecé Editores, Narrativa histórica: Barcelona. Páginas 236-237.
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