“… Yo me enteré de su plan por puro azar, gracias si acaso a las flores de calabacín, el más extravagante de los vicios que ambas compartíamos. El resto de la familia se había negado siempre a probar siquiera un bocado de esa extraña verdura, los carnosos tulipanes anaranjados con hebras verdes que yo no había visto jamás en la cocina hasta que una mañana, Magda, recién llegada de Italia, ofreció una insólita representación, arremangándose la blusa y ciñéndose un delantal para freír, tras sumergirlo en una pasta parecida a la gabardina de las gambas pero con un poco de pimentón, lo que mi abuelo definió lacónicamente como un buen ramo.”
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