lunes, 29 de agosto de 2011

Echar el arroz (La noche de los tiempos)

Luis Morello (2008): Arroz
Desde muy temprano la familia se preparaba para la celebración -retrasada al sábado, para darle mayor realce- de la onomástica de don Francisco de Asís. De la cocina venía el borboteo y el olor del caldo del guiso, así como la voz melodramática de doña Cecilia, que deliberaba con Adela, con las criadas y con don Francisco de Asís sobre la conveniencia o no de ir echando el arroz, por miedo a que si su hijo Víctor se retrasaba en llegar, como tantas veces, lo encontrara pasado, con lo que a él le gustaba, con lo fácil que era que el arroz se pasara y perdiera toda la gracia. En aquella familia no había nada que no fuera una costumbre inmemorial, una conmemoración: cada vez que doña Cecilia preparaba un guiso -"legendario", a juicio de don Francisco de Asís- se repetía casi palabra por palabra el conflicto sobre el momento adecuado de echar el arroz, lo que don Francisco de Asís llamaba "la cuestión palpitante": añadir el arroz del caldo que borboteaba o esperar un poco más; mandar o no a la criada a asomarse a la verja por si el señorito Víctor llegaba a Madrid; esperar al menos a que se oyera el próximo tren en la estación. Ignacio Abel pensaba en Judith Biely -pero no tenía que invocarla: era una presencia constante y secreta en su memoria- y saludaba y conversaba como un actor muy secundario que no tiene que esforzarse mucho para cumplir su papel asignado. Escuchaba cosas, asentía sin enterarse de nada, perfeccionaba su capacidad de resignación y de ausencia. Cuando llegó por fin Víctor -¡por una corazonada casi telepática doña Cecilia había echado el arroz tan solo hacía unos minutos- no le costó nada aceptar su apretón de manos excesivo sin mostrar desagrado. (...)

Antonio Muñoz Molina (2009): La noche de los tiempos, Editorial Booket, Novela, 209-210.

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